sábado, 24 de enero de 2009

Dos años con la estrella azul



Querida hija:

Existen tantas cosas que nos hacen llorar y que después nos dejan avergonzados, como si de pronto no quisieramos dejar nuestra máscara de recio caballero andante con piloto y sombrero de detective noir.

Y eso nos molesta porque quisieramos siempre ser sabios y sobrios en nuestras conductas. Profesionales en nuestra relaciones de trabajo.Ecuánimes en nuestra distribución del tiempo. Y sobre todo, porque eso es lo que nos dicen que es importantísimo, quisieramos ser eficientes.

Sin embargo, y por suerte, hay una dulzura que se aparece casi a nuestro alcance y es al mismo tiempo esquiva, pero que no sabe de modernidades descaradas. Nace ahi una melancolía tan inexplicable como porteña, de la mano de brisas de primavera con restos de invierno que ya fueron y promesas de lo que vendrá. Nace, también, la sospecha de que otro mundo es posible.Y es en esos inicios de primavera, cuando el fin de tarde ya no es tan oscuro y el sol se empieza a animar por las calles de Buenos Aires, que lo que viene siempre parece algo mejor.

("...Uno dice lo que dice, mas no dice lo que piensa.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?..."
Los espejos transparentes, Gabriel Celaya)


Pero, y siempre hay un pero, lo intangible muchas veces viene sin las llaves que abran las puertas para su encuentro. Eso no quiere decir que esos mundos anhelados no se puedan intuir casi al punto de tocarlos y descubrirlos de mil y una formas, siempre inesperadas. A tu padre le ha pasado escuchando La Estrella Azul, de Peteco Carabajal cuando la canta Mercedes Sosa.

"Donde estará la estrella azul?
Esa estrellita del alma
mis ojos suelen brillar
perdidos en la inmensidad
A veces sueño que está aqui
y se ilumina el camino
cuando aparece el fulgor
cerquita de mi corazón..."

Cuántas veces he cantado esa canción, cerrando los ojos? Cuántas veces intui que esa estrella azul era importante, sin saber por que? El tiempo pasó, tranquilo o inoportuno, incansable siempre. Y un día una nena de ojos de mar profundo trataba de apilar estrellitas, formando una torre que después caia de un manotazo. Luego la armaba nuevamente, en una repetición infinita consagrada por la risa.

Y sabés que?

La última estrellita de la torre, la más chiquita y la más importante porque es la que te dice que, finalmente, armaste la torre... era una estrella azul! Ese día fue de llorar de alegría, algo que todavía no descubriste. Trato de explicarte: tu papá llora irremediablemente de esa forma cuando mira una película que dentro de algunos años vamos a ver juntos. Creo que será la mejor forma para que entiendas que es eso de llorar sin estar triste o con rabia porque papá no te deja que le tires de la cola al gato.

Un día vamos a ver, vos, mamá y yo, una película que se llama El joven manos de tijera. Vas a conocer a un inventor, un científico loco como mamá y papá, que crea a Edward, un robot que no tiene manos, sino tijeras. Y si la película te llega a gustar tanto como a nosotros, vas a sentir que uno quisiera ser Edward alguna vez. Aunque sea un momento, para ver que es eso de cortarle el pelo al hielo y descubrir cisnes escondidos. Aunque sea para atrapar por un instante la certeza de que lo justo viene antes que la ley.

Y como ya te dije, cuando termine la película mamá y papá van a estar llorando. Pero ahora por saber que se acabaron los mundos intangibles, recibiendo las caricias de tus manitos que cortarán, una y otra vez, los velos que antes nos dejaban ciegos y cubrían el camino.
Un camino ahora alumbrado por una estrellita azul y con canteros de flores cuidadas por Edward, el joven con manos de tijera y corazón gigante.

Felices dos años mi amor.

Tu papá

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