Hace poco hablaba con mi querido
tío sobre la película de John
Ford, The man who shot Liberty Valance. Como toda gran obra de arte
tiene varias lecturas posibles: mi tío sostenía
que John Wayne era el personaje que catalizaba su propia caducidad,
ya que ayudando a James Stewart, propiciaba un Far West donde el
pistolero no tenía sentido. Mi
interpretación es que John Wayne
era un hombre pudoroso a los elogios. Sus acciones, guiadas por un
claro sentido de justicia, no buscaban el reconocimiento del pueblo
(eso lo capitaliza políticamente James Stewart), para él era
suficiente saber que había hecho lo correcto. Hasta donde alcanzo a
ver, un pudoroso será siempre un héroe anónimo. En la película,
John Wayne no tiene ninguna chance frente a James Stewart, y pierde a
su gran amor del pueblo, un pueblo que ya no le pertenece ni a él ni
a Liberty Valance.
El anonimato no es el caso de Messi, el
fútbol en nuestra sociedad es una de las formas más eficientes de
vender productos que varían de hojas de afeitar a zapatillas,
pasando por los calzoncillos
de Neymar.
Aún así, Messi no tiene las características de Maradona, una
comparación inevitable que
los argentinos hacemos, pero
tal vez equivocada. Maradona, lo sabemos todos, es un personaje
histriónico, operístico: lloraba en el Mundial del 90, insultaba a
los italianos que silbaban nuestro himno, en el 86 “se ponía el
equipo al hombro”. Messi, claramente, no llena los requisitos de
líder de la selección alla
Maradona.
La
pregunta es: ¿es lógico comparar a Messi con Maradona?
Messi
parece ser un jugador más cercano en temperamento a Ricardo Bochini,
ídolo de Maradona y también de mi tío. Bochini jugador era genial
y
hacía cosas
que después solo lo vi a hacer a Iniesta:
sus pases (puñaladas) entre líneas hizo goleadores a varios
delanteros de Independiente y nos hizo sufrir muchas tardes de
domingo a quienes somos hinchas de Racing. Fuera de la cancha, Bochini
sigue siendo un personaje poco carismático, parco de palabras y
poco expresivo.
Maradona, en
cambio, es un hábil declarante, ingenioso para crear frases que
quedan en la memoria colectiva. Es un opinólogo explosivo, amado por
los medios: puede hablar de futbol, del calentamiento global, de la
situación de los jubilados o de cualquier tema que el periodista le
proponga.
En cambio,
a Messi y a Bochini los recordamos solamente por lo que saben hacer
de mejor que es jugar al futbol. No conocemos mucho sobre sus gustos,
las entrevistas que dan ciertamente no tienen el picante de las
declaraciones maradonianas, las respuestas son anodinas,
convencionales.
¿Es
entonces Messi
un líder futbolístico?
Tal vez
esta pregunta
se pueda
responder
analizando si Bochini fue, de hecho, un líder futbolístico. No
tengo mejor prueba que invocar uno de los mejores partidos que vi en
mi vida: Talleres-Independientes,
por el campeonato nacional de 1977.
El fútbol,
el deporte en general, muchas veces sirve como una parábola sobre la
justicia. El día de ese partido estábamos en la quinta de un amigo
con mi hermano. Los tres somos de Racing y obviamente hinchábamos por Talleres. Durante el partido, el
comportamiento del árbitro fue cualquier cosa menos neutral:
descaradamente robaba a favor de Talleres, incluyendo
la expulsión de tres jugadores de Independiente.
En un momento, en medio del tumulto, vimos
que Bochini quería
irse
de la cancha, harto de participar en
un simulacro de fútbol.
A nuestro amigo, a mi hermano y a mí eso nos afectó: vimos la
impotencia de un jugador genial
frente
a la estafa de un árbitro muy
posiblemente comprado.
Repentinamente aparece el técnico de Independiente, el recordado
Pato Pastoriza: le grita (putea) a Bochini, lo cachetea y lo obliga a
volver a la cancha. El mensaje era claro: jugamos hasta el final, no
importa que un árbitro nos esté robando. En esos
minutos
tres chicos de doce
y
trece años
recibimos
una lección de vida difícil de olvidar: existen las injusticias y
hay personas que dan pelea, a pesar de saber que muy probablemente pierdan.
Bochini
vuelve a la cancha. Independiente está con
ocho
jugadores. Faltan
siete
minutos para el final.
Y el, una vez más, lo hace de nuevo: pared
con
Bertoni y mete el gol del empate, que a Independiente le daba el
campeonato, un gol que hizo que
tres hinchas de Racing lo gritaran
como propio.
Es
muy posible que Bochini no hubiera vuelto a la cancha si no era por
Pastoriza. Desde esa perspectiva Bochini no fue el líder clásico,
no gritó, no
se rebeló.
Pero hizo el gol, un gol del cual 37 años más tarde todavía
recuerdo.
Mañana,
9 de julio, juega Argentina contra Holanda. En el partido de cuartos de final contra Bélgica quien
habló no fue el capitán Messi, sino Mascherano. Parece que en la
arenga final dijo, textualmente,
“Ya estoy harto de comer mierda”. Una síntesis perfecta
de lo que le había pasado a Argentina en los mundiales de los
últimos 24 años: fuimos
coprófagos voraces.
En el mismo partido, Messi no
se lució
pero tácticamente jugó
excelente:
tuvo la pelota, la escondió, marcó. Un líder
que habla poco pero que muy probablemente inspire a los demás dentro
de la cancha.
En
este Mundial
Argentina
no ha jugado bien, salvo en
tramos
del partido contra Nigeria y gran parte del partido contra Bélgica.
Pero, definitivamente, no podemos decir que Argentina juega lindo. Sin embargo, puede
que con el paso del tiempo este equipo quede
en la memoria por otros motivos: por demostrar que un grupo de
argentinos pueden deponer sus egos y vanidades en
función de un
grupo.
Y
que nos marca
que más que caudillos precisamos habilidades y liderazgos asociados
de
varias personas.
Un equipo que tiene a un capitán callado pero que hasta ahora ha
definido cuatro de los cinco partidos que ganó Argentina. Otro habla
desde el corazón. El
técnico admite sus errores cuando los hace. Me parece que hemos
estado demasiado tiempo buscando un líder de equipo en
vez de un
grupo con responsabilidades compartidas.
Y
tal
vez, sólo tal vez, podamos finalmente
entender
que las soluciones a cualquier problema no son únicas ni simples. Y
que si las propone un grupo en
vez de un caudillo(a)
iluminado(a)
tengamos, finalmente, la felicidad de sentir que somos
parte de un
equipo.