martes, 8 de julio de 2014

El hombre que mató a Liberty Valance

Hace poco hablaba con mi querido tío sobre la película de John Ford, The man who shot Liberty Valance. Como toda gran obra de arte tiene varias lecturas posibles: mi tío sostenía que John Wayne era el personaje que catalizaba su propia caducidad, ya que ayudando a James Stewart, propiciaba un Far West donde el pistolero no tenía sentido. Mi interpretación es que John Wayne era un hombre pudoroso a los elogios. Sus acciones, guiadas por un claro sentido de justicia, no buscaban el reconocimiento del pueblo (eso lo capitaliza políticamente James Stewart), para él era suficiente saber que había hecho lo correcto. Hasta donde alcanzo a ver, un pudoroso será siempre un héroe anónimo. En la película, John Wayne no tiene ninguna chance frente a James Stewart, y pierde a su gran amor del pueblo, un pueblo que ya no le pertenece ni a él ni a Liberty Valance.
El anonimato no es el caso de Messi, el fútbol en nuestra sociedad es una de las formas más eficientes de vender productos que varían de hojas de afeitar a zapatillas, pasando por los calzoncillos de Neymar. Aún así, Messi no tiene las características de Maradona, una comparación inevitable que los argentinos hacemos, pero tal vez equivocada. Maradona, lo sabemos todos, es un personaje histriónico, operístico: lloraba en el Mundial del 90, insultaba a los italianos que silbaban nuestro himno, en el 86 “se ponía el equipo al hombro”. Messi, claramente, no llena los requisitos de líder de la selección alla Maradona.
La pregunta es: ¿es lógico comparar a Messi con Maradona?
Messi parece ser un jugador más cercano en temperamento a Ricardo Bochini, ídolo de Maradona y también de mi tío. Bochini jugador era genial y hacía cosas que después solo lo vi a hacer a Iniesta: sus pases (puñaladas) entre líneas hizo goleadores a varios delanteros de Independiente y nos hizo sufrir muchas tardes de domingo a quienes somos hinchas de Racing. Fuera de la cancha, Bochini sigue siendo un personaje poco carismático, parco de palabras y poco expresivo. Maradona, en cambio, es un hábil declarante, ingenioso para crear frases que quedan en la memoria colectiva. Es un opinólogo explosivo, amado por los medios: puede hablar de futbol, del calentamiento global, de la situación de los jubilados o de cualquier tema que el periodista le proponga.
En cambio, a Messi y a Bochini los recordamos solamente por lo que saben hacer de mejor que es jugar al futbol. No conocemos mucho sobre sus gustos, las entrevistas que dan ciertamente no tienen el picante de las declaraciones maradonianas, las respuestas son anodinas, convencionales.
¿Es entonces Messi un líder futbolístico?
Tal vez esta pregunta se pueda responder analizando si Bochini fue, de hecho, un líder futbolístico. No tengo mejor prueba que invocar uno de los mejores partidos que vi en mi vida: Talleres-Independientes, por el campeonato nacional de 1977.
El fútbol, el deporte en general, muchas veces sirve como una parábola sobre la justicia. El día de ese partido estábamos en la quinta de un amigo con mi hermano. Los tres somos de Racing y obviamente hinchábamos por Talleres. Durante el partido, el comportamiento del árbitro fue cualquier cosa menos neutral: descaradamente robaba a favor de Talleres, incluyendo la expulsión de tres jugadores de Independiente. En un momento, en medio del tumulto, vimos que Bochini quería irse de la cancha, harto de participar en un simulacro de fútbol. A nuestro amigo, a mi hermano y a mí eso nos afectó: vimos la impotencia de un jugador genial frente a la estafa de un árbitro muy posiblemente comprado. Repentinamente aparece el técnico de Independiente, el recordado Pato Pastoriza: le grita (putea) a Bochini, lo cachetea y lo obliga a volver a la cancha. El mensaje era claro: jugamos hasta el final, no importa que un árbitro nos esté robando. En esos minutos tres chicos de doce y trece años recibimos una lección de vida difícil de olvidar: existen las injusticias y hay personas que dan pelea, a pesar de saber que muy probablemente pierdan.
Bochini vuelve a la cancha. Independiente está con ocho jugadores. Faltan siete minutos para el final. Y el, una vez más, lo hace de nuevo: pared con Bertoni y mete el gol del empate, que a Independiente le daba el campeonato, un gol que hizo que tres hinchas de Racing lo gritaran como propio. Es muy posible que Bochini no hubiera vuelto a la cancha si no era por Pastoriza. Desde esa perspectiva Bochini no fue el líder clásico, no gritó, no se rebeló. Pero hizo el gol, un gol del cual 37 años más tarde todavía recuerdo.
Mañana, 9 de julio, juega Argentina contra Holanda. En el partido de cuartos de final contra Bélgica quien habló no fue el capitán Messi, sino Mascherano. Parece que en la arenga final dijo, textualmente, “Ya estoy harto de comer mierda”. Una síntesis perfecta de lo que le había pasado a Argentina en los mundiales de los últimos 24 años: fuimos coprófagos voraces. En el mismo partido, Messi no se lució pero tácticamente jugó excelente: tuvo la pelota, la escondió, marcó. Un líder que habla poco pero que muy probablemente inspire a los demás dentro de la cancha.
En este Mundial Argentina no ha jugado bien, salvo en tramos del partido contra Nigeria y gran parte del partido contra Bélgica. Pero, definitivamente, no podemos decir que Argentina juega lindo. Sin embargo, puede que con el paso del tiempo este equipo quede en la memoria por otros motivos: por demostrar que un grupo de argentinos pueden deponer sus egos y vanidades en función de un grupo. Y que nos marca que más que caudillos precisamos habilidades y liderazgos asociados de varias personas. Un equipo que tiene a un capitán callado pero que hasta ahora ha definido cuatro de los cinco partidos que ganó Argentina. Otro habla desde el corazón. El técnico admite sus errores cuando los hace. Me parece que hemos estado demasiado tiempo buscando un líder de equipo en vez de un grupo con responsabilidades compartidas.
Y tal vez, sólo tal vez, podamos finalmente entender que las soluciones a cualquier problema no son únicas ni simples. Y que si las propone un grupo en vez de un caudillo(a) iluminado(a) tengamos, finalmente, la felicidad de sentir que somos parte de un equipo.