En
muchos países hay programas de post-grado. Los alumnos desarrollan
tesis o disertaciones bajo la mirada atenta o no de sus supervisores
orientadores.
Hay
alumnos esforzados y otros que no, de estos últimos no hablaremos.
Dentro
de los esforzados los hay muy creativos y los
poco
creativos.
Los
poco creativos hacen todo lo que su supervisor les dice. Su esfuerzo
es sincero y genuino: llegan temprano a la Universidad, leen
artículos, hacen los experimentos y se preocupan de hacerlos bien.
Pero no todo es perfecto, ellos dependen de las ideas de su
orientador. Llamaremos a estos seres Alumnos Luna: brillan más o
menos de acuerdo al Sol que los ilumine. Pero su destino será
siempre rotatorio y reflectivo.
Existen
también los Alumnos Sol: su brillo es propio, así como sus
preguntas. Se les iluminan los ojos cuando tienen nuevas ideas. Se
enojan y vuelven a su sala enfurruñados cuando los resultados no son
los que esperan. Al rato vuelven con soluciones para discutirlas con su orientador.
Los
Alumnos Sol sienten la llegada de lo intangible
y saben
que es un pozo de posibles descubrimientos. En esos momentos sus
sinapsis chispean con
mayor fulgor. Y saben también que la inmensa
emoción
concentrada de esos instantes
pagará
muchos días
de penurias e incertezas.
Los
Alumnos Sol entibian el alma de los profesores, sobre todo de los más
viejos. Les hacen recuperar manojos de ilusiones perdidas tras años
de batallas burocráticas, luchas de egos y angustias por publicar y
aprobar proyectos. Ellos les recuerdan a los profesores que no hay
mayor placer y mayor felicidad que cuando nace una idea original.
En
muchos casos, el brillo de los Alumnos Sol es tan fuerte que iluminan
a Profesores Luna, los hacen resplandecer tanto que muchos en la
Universidad pasan a creer que estos individuos
son Profesores Sol. Pero
un
Profesor Sol volverá a ser Profesor Luna a menos que consiga una
beca de post-doctorado para el Alumno Sol.
Precisamos
de los Alumnos Sol: sin ellos no hay fotosíntesis.
Y
si no hay fotosíntesis, no hay vida.