jueves, 18 de diciembre de 2014

La importancia de tener abuelos

Ya fue dicho muchas veces que el fútbol es la cosa más importante de las cosas poco importantes.

Es verdad

Como también es verdad que nos ofrece momentos de emoción en estado puro que, yo creo, nos llevan en forma instantánea a nuestra infancia, de la misma forma que el señor Antoine volvía a sus recuerdos de chico comiendo ratatouille.

La foto muestra a un abuelo festejando el gol de Racing (valió un campeonato) con su nieto.

Sabemos que la infancia sería otra sin abuelos... y sin futbol

  

miércoles, 15 de octubre de 2014

La persistencia de mi tío Alberto

Naranjo en flor
Los recuerdos son aromas, nos asaltan sin que lo esperemos y nos llevan a momentos en el pasado sin escalas. Hay perfumes que resisten nuestro olvido: el pasto recién cortado, que anunciaban los partidos de fútbol del viernes por la tarde e iniciaba la libertad del fin de semana.

Smells like teen spirit
A veces reviso mis cajones. Guardo de todo un poco. Me recibe un aroma de adolescencia intacto. Una servilleta de algún encuentro. Entradas de cines. Monedas que evocan economías inestables. Frases que alguna vez tuvieron sentido. Y muchos poemas escritos en cualquier tipo de papel, algunos repetidos al infinito, escritos con diferentes biromes de diferentes colores. Confiando quizás en algún mantra que, por repetitivo, se vuelve poético.

Ciber-recuerdos
Ayer revisé mi agenda en mi smartphone. Tenía una actividad que no recordaba si era en octubre o en noviembre. El 8 de noviembre estaba marcado: era (es) el cumpleaños de mi tío. Comprendí que ese día, de todos los años que sigan, iré a recibir un aviso en mi cuenta de Gmail. Y que si por acaso ese día abro mi tablet, su agenda también me lo estará recordando, porque la agenda de mi smartphone, mi correo electrónico y mi tablet se comunican, creo que a través de la nube, tal vez sea en la nube. Reviso mi WhatsApp y veo su foto entre mis contactos. Me doy cuenta que ahora tenemos otros recuerdos, otras persistencias que antes no teníamos y que viven fuera de nuestra memoria. Abro mi laptop: tengo muchas fotos de él. Mi preferida: mi hija con un año y medio sentada en el piano de mi tío. Él la mira desde atrás, sonriendo.

Nube
Donde viven las informaciones y los recuerdos en Internet. No siempre: un día mi tío nos llevó a mi hermano y a mi a ver Racing-Independiente en cancha de Racing. El era (es) hincha de Independiente, nosotros de Racing. Como buen tío nos llevó a la tribuna de Racing. Independiente ganó 4-2 con una exhibición de Bochini, el jugador que él consideraba más grande que Maradona. No pudo gritar los goles: en la tribuna popular de Racing lo hubieran linchado. A la vuelta tuvo tiempo para consolarnos por la derrota. Busco ese partido en Google: no consigo encontrarlo. No se si mi memoria falla o si Google no es tan perfecto como sus inversores creen.

Sonrisas
Era un programa de radio que lo conducía Graciela Mancuso. En la época de la dictadura, escucharlo los viernes a la noche con los amigos mientras comíamos pizza era casi una salida. No me quejo: el ese entonces muy joven Roberto Pettinato pasaba grupos raros que sólo él conocía. Así fue que descubrí a un grupo australiano, Flash and the Pants. Su tema Walking in the rain todavía lo escucho cuando voy manejando a trabajar o llevando a mi hija a la escuela.

Lágrimas y sonrisas
Hoy consigo evocarlo con una sonrisa: hay demasiados buenos recuerdos. Las lágrimas, acaso nuestro egoísmo de seguir teniéndolo con nosotros, han dado lugar a las sonrisas. Y eso dice mucho más de él que de mi.

Cató de todos los vinos, anduvo por mil caminos y atracó de puerto en puerto... Da todo lo que puede dar, su casa está de par en par.”

Tio Alberto (Joan Manuel Serrat).

martes, 8 de julio de 2014

El hombre que mató a Liberty Valance

Hace poco hablaba con mi querido tío sobre la película de John Ford, The man who shot Liberty Valance. Como toda gran obra de arte tiene varias lecturas posibles: mi tío sostenía que John Wayne era el personaje que catalizaba su propia caducidad, ya que ayudando a James Stewart, propiciaba un Far West donde el pistolero no tenía sentido. Mi interpretación es que John Wayne era un hombre pudoroso a los elogios. Sus acciones, guiadas por un claro sentido de justicia, no buscaban el reconocimiento del pueblo (eso lo capitaliza políticamente James Stewart), para él era suficiente saber que había hecho lo correcto. Hasta donde alcanzo a ver, un pudoroso será siempre un héroe anónimo. En la película, John Wayne no tiene ninguna chance frente a James Stewart, y pierde a su gran amor del pueblo, un pueblo que ya no le pertenece ni a él ni a Liberty Valance.
El anonimato no es el caso de Messi, el fútbol en nuestra sociedad es una de las formas más eficientes de vender productos que varían de hojas de afeitar a zapatillas, pasando por los calzoncillos de Neymar. Aún así, Messi no tiene las características de Maradona, una comparación inevitable que los argentinos hacemos, pero tal vez equivocada. Maradona, lo sabemos todos, es un personaje histriónico, operístico: lloraba en el Mundial del 90, insultaba a los italianos que silbaban nuestro himno, en el 86 “se ponía el equipo al hombro”. Messi, claramente, no llena los requisitos de líder de la selección alla Maradona.
La pregunta es: ¿es lógico comparar a Messi con Maradona?
Messi parece ser un jugador más cercano en temperamento a Ricardo Bochini, ídolo de Maradona y también de mi tío. Bochini jugador era genial y hacía cosas que después solo lo vi a hacer a Iniesta: sus pases (puñaladas) entre líneas hizo goleadores a varios delanteros de Independiente y nos hizo sufrir muchas tardes de domingo a quienes somos hinchas de Racing. Fuera de la cancha, Bochini sigue siendo un personaje poco carismático, parco de palabras y poco expresivo. Maradona, en cambio, es un hábil declarante, ingenioso para crear frases que quedan en la memoria colectiva. Es un opinólogo explosivo, amado por los medios: puede hablar de futbol, del calentamiento global, de la situación de los jubilados o de cualquier tema que el periodista le proponga.
En cambio, a Messi y a Bochini los recordamos solamente por lo que saben hacer de mejor que es jugar al futbol. No conocemos mucho sobre sus gustos, las entrevistas que dan ciertamente no tienen el picante de las declaraciones maradonianas, las respuestas son anodinas, convencionales.
¿Es entonces Messi un líder futbolístico?
Tal vez esta pregunta se pueda responder analizando si Bochini fue, de hecho, un líder futbolístico. No tengo mejor prueba que invocar uno de los mejores partidos que vi en mi vida: Talleres-Independientes, por el campeonato nacional de 1977.
El fútbol, el deporte en general, muchas veces sirve como una parábola sobre la justicia. El día de ese partido estábamos en la quinta de un amigo con mi hermano. Los tres somos de Racing y obviamente hinchábamos por Talleres. Durante el partido, el comportamiento del árbitro fue cualquier cosa menos neutral: descaradamente robaba a favor de Talleres, incluyendo la expulsión de tres jugadores de Independiente. En un momento, en medio del tumulto, vimos que Bochini quería irse de la cancha, harto de participar en un simulacro de fútbol. A nuestro amigo, a mi hermano y a mí eso nos afectó: vimos la impotencia de un jugador genial frente a la estafa de un árbitro muy posiblemente comprado. Repentinamente aparece el técnico de Independiente, el recordado Pato Pastoriza: le grita (putea) a Bochini, lo cachetea y lo obliga a volver a la cancha. El mensaje era claro: jugamos hasta el final, no importa que un árbitro nos esté robando. En esos minutos tres chicos de doce y trece años recibimos una lección de vida difícil de olvidar: existen las injusticias y hay personas que dan pelea, a pesar de saber que muy probablemente pierdan.
Bochini vuelve a la cancha. Independiente está con ocho jugadores. Faltan siete minutos para el final. Y el, una vez más, lo hace de nuevo: pared con Bertoni y mete el gol del empate, que a Independiente le daba el campeonato, un gol que hizo que tres hinchas de Racing lo gritaran como propio. Es muy posible que Bochini no hubiera vuelto a la cancha si no era por Pastoriza. Desde esa perspectiva Bochini no fue el líder clásico, no gritó, no se rebeló. Pero hizo el gol, un gol del cual 37 años más tarde todavía recuerdo.
Mañana, 9 de julio, juega Argentina contra Holanda. En el partido de cuartos de final contra Bélgica quien habló no fue el capitán Messi, sino Mascherano. Parece que en la arenga final dijo, textualmente, “Ya estoy harto de comer mierda”. Una síntesis perfecta de lo que le había pasado a Argentina en los mundiales de los últimos 24 años: fuimos coprófagos voraces. En el mismo partido, Messi no se lució pero tácticamente jugó excelente: tuvo la pelota, la escondió, marcó. Un líder que habla poco pero que muy probablemente inspire a los demás dentro de la cancha.
En este Mundial Argentina no ha jugado bien, salvo en tramos del partido contra Nigeria y gran parte del partido contra Bélgica. Pero, definitivamente, no podemos decir que Argentina juega lindo. Sin embargo, puede que con el paso del tiempo este equipo quede en la memoria por otros motivos: por demostrar que un grupo de argentinos pueden deponer sus egos y vanidades en función de un grupo. Y que nos marca que más que caudillos precisamos habilidades y liderazgos asociados de varias personas. Un equipo que tiene a un capitán callado pero que hasta ahora ha definido cuatro de los cinco partidos que ganó Argentina. Otro habla desde el corazón. El técnico admite sus errores cuando los hace. Me parece que hemos estado demasiado tiempo buscando un líder de equipo en vez de un grupo con responsabilidades compartidas.
Y tal vez, sólo tal vez, podamos finalmente entender que las soluciones a cualquier problema no son únicas ni simples. Y que si las propone un grupo en vez de un caudillo(a) iluminado(a) tengamos, finalmente, la felicidad de sentir que somos parte de un equipo.


jueves, 19 de junio de 2014

Nuevamente, mi hija es Mundial

Estamos todos nuevamente respirando fútbol, haciendo cálculos de cruces de octavos de final, haciendo proyecciones de lo que pasará en las elecciones en Brasil si no logra el hexa, de si el costo de los estadios se justifica, si es lógico que Argentina haya jugado contra el poderoso scratch bosnio con un 5-3-2. Entre toda esta mezcla de discusiones y emociones, surge límpida la certeza: la alegría del fútbol es efímera. Aún cuando Argentina salga campeón (no lo veo probable) y Messi se consagre finalmente como héroe en la selección, es claro que no se compara con el día vivido hacer 8 años. Y, justamente por eso, sigo estando indemne a los avatares de la albiceleste, pase lo que pase.

Mi hija hoy patina, danza, hace karate y ríe, casi siempre. No vive la vida con mesura, la toma por asalto como los famosos piratas de Sandokan. Es inquieta, le encanta leer. Claramente ya es una noctámbula empedernida. Y disfruta, sobre todo disfruta cada cosa que hace con la impunidad de la infancia, presente sin tiempo.


La veo y se que seguiré frente al televisor en todos los partidos de Argentina, gritaré los goles, pero con una mesura, con una cierta distancia que no habla tanto de mi civilidad o pose sino más de mi nueva vida, una que empezó hace exactamente ocho años.