martes, 14 de junio de 2011

Los años de la buena memoria

Con cinco años mi hija entra de lleno en la infancia con recuerdos. A lo largo de este tiempo su cerebro se ha desarrollado, incluyendo el hipocampo que, además de ser un pez, es la región en donde se guarda la memoria de largo plazo, la casa de los recuerdos. Una verdadera alquimia biológica hecha de de genes y proteínas anclan momentos que nos acompañarán el resto de nuestras vidas.

Caminamos a lo largo de momentos, se viven como momentos, e ignoramos si serán trascendentes, si quedarán luego en nuestra memoria. Somos ciegos, incapaces de saber los momentos de nuestra vida que van a alimentar nuestros recuerdos.

Pero allí estarán y asegurar la sonrisa de un chico es también intentar que su casa se llene de “boas lembranças”. Los años de la buena memoria, los de la infancia, son los que recordamos después como aquellos momentos de nuestra vida en donde todo era posible. Ciertamente las ambigüedades eran menores y nuestros entusiasmos mayores.

No creo que idealicemos nuestros buenos recuerdos. Existen y merecen nuestro respeto. Son momentos que hallaron su lugar en nuestro hipocampo. Quedaron, a veces sin saber por qué. Están y agradecemos por tener esa memoria. Una memoria que nos devuelve la felicidad del momento. Sentir el momento, sólo en la infancia, el diferencial de tiempo que viene después del pasado y antes del futuro.

Nada mejor que desear a mi hija una buena memoria el día de su cumpleaños.

La que se recuerda con una sonrisa.

La misma que tenía hoy al apagar su velita rosada con el número cinco.

Cinco, como el número de la pelota “de verdad” que cuando nos la regalaban decretaba que pasábamos a ser jugadores de futbol profesional.

Cinco como los años que tenía cuando vi al señor Neil Amstrong pisar el suelo lunar mientras mi abuela descorchaba el champagne. Un pequeño momento, un gran recuerdo para mi memoria.

Que estos cinco años los cumplas muy feliz. Y ojalá sea un recuerdo que robe una sonrisa en tu vejez.

Tu papá.