viernes, 8 de abril de 2016

El fútbol bien temperado

Es sabido que el nombre Johan(n) predispone para grandes realizaciones humanas, sea para componer músicas inolvidables que resisten el paso de siglos o para jugar al fútbol con parámetros de belleza que -inevitablemente- lo acercan al arte y hace que uno suponga (espere, imagine) que ahora, en el cielo o donde sea, Johan y Johann compartan animadas tertulias hablando de sus increíbles habilidades.

Mis memorias más lejanas de Campeonatos Mundiales de fútbol se remontan a 1970. En forma borrosa recuerdo a mi querido tio Alberto gritar como un energúmeno los goles de la maravillosa sinfónica canarinha, regida por el maestro Pelé.

Sin embargo, el campeonato que tengo presente con más detalles es el de 1974, en donde ya contaba con maduros 10 años. En esa época mis padres hacía tiempo que habían tomado una decisión radical: en nuestra casa no había televisión. El objetivo de esta carencia era impulsarnos hacia la lectura, un objetivo que fue logrado con la comodidad adicional de que nunca tuvieron que negociar y argumentar los tiempos destinados para la lectura o la televisión. Esta norma familiar en época de Mundiales generaba una situación tensa: había que salir a buscar vecinos con televisores. Para mi fortuna en el piso en donde vivíamos, la vecina de enfrente, la amable señora Lucha, tenía televisor y no le importaba que un chico fuera a ver Argentina-Holanda. Recuerdo estar solo, sentado enfrente de una mesa en la que había té, galletitas y la televisión prendida.

Antes del inicio del partido hubo intercambio de banderines entre el capitán de Holanda, el señor Johan y el capitán de Argentina, mi muy admirado Perfumo, más conocido como el Mariscal. Como nota al margen debo decir que en aquella época en Buenos Aires se vendían unas figuritas muy especiales en donde la cara de cada jugador estaba impresa sobre un pequeño disco metálico. Estas figuritas o “chapitas” tan novedosas no estaban exentas de problemas, ya que era común cortarse los dedos cuando jugábamos a ver quien las tiraba más lejos. En particular, aquellos que utilizaban el estilo “lanzadera” para jugar frecuentemente tenían cortes en el pulgar e índice. Gajes del oficio.


Perfumo era de Racing y su figurita lo mostraba como era en la cancha: una mirada firme, oteando el horizonte, con ciertas reminiscencias guevarianas y que no parecía dejar mucho espacio para dudas. En mi lógica infantil Perfumo era invencible. Y cuando intercambiaron los banderines no pude menos que pensar que el pobre señor Johan no sabía con quien se metía.


A poco de empezar el partido me di cuenta que los holandeses jugaban a otra cosa, no era el fútbol que yo conocía. Los movimientos que hacían en la cancha eran rapidísimos e indescifrables para los jugadores argentinos que los sufrieron del principio al fin del partido. Mi entusiasmo se fue desvaneciendo a medida que los goles iban entrando en el arco defendido por Carnevali.

Fueron cuatro.

La querida vecina Lucha trató de consolarme. No recuerdo lo que me dijo ni lo que le contesté, todas mis fuerzas estaban concentradas en tratar de no llorar delante de ella.

Desolado, volví al departamento en donde vivía. Fui a mi cuarto y me acosté en mi cama donde finalmente rompí a llorar con esa amargura que los chicos tienen cuando empiezan a entender que existe un mundo que es bastante diferente del que sueñan.

Sabía que el resultado había sido absolutamente justo: no hubo mala suerte, el referí no robó. Los holandeses simplemente habían sido mejores, mucho mejores.

Pero, afortunadamente, la belleza siempre seduce.

En ese mismo año de 1974, en el colegio organizamos un equipo de fútbol. Uno de nuestros compañeros tenía el padre que vendía telas en el Once y nos ofreció regalarlas para hacer las camisetas. Y, a pesar de la amargura y humillación mundialista sufrida, todos estuvimos de acuerdo en que la camiseta tenía que ser de color naranja. Porque todos queríamos jugar como los holandeses.

Hoy nuestro álbum de recuerdos ha perdido figuritas importantes.

Se han ido, pero no del todo.

Porque está claro que aquella Holanda del 74 era el germen del Barcelona de hoy, un equipo que insiste con la idea de que el fútbol es cosa de artistas.

Y esa belleza me sostiene, y me trae al instante una infancia intacta de Johan(n)es, Mariscales y chapitas.