viernes, 9 de octubre de 2015

Sobre posibilidades y certezas

En un reciente viaje por trabajo a Bilbao, me deparé con el siguiente cartel cuando iba un domingo a visitar el Museo de Guggenheim:



Pensé.

Riesgo de pobreza es una posibilidad. Posibilidad es probabilidad. Certeza es una probabilidad igual a cero o igual a uno.

Más acá, al sur del planeta Tierra, un informe de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) muestra que 40,5 % de niños y adolescentes viven en la pobreza. Y que un 16,3% vive en lo que la CEPAL denomina pobreza extrema, lo que calculo que sea un escalón más abajo camino al infierno.

Y sigo pensando.

Se me ocurre que esos chicos cuando nacen les dan un dado. Y les dicen: “Cuando tires el dado y salga el número 7 tu vida va a comenzar a mejorar”. Y me los imagino arrojando el dado una y otra vez. Hasta que llegados a una cierta edad sabrán que no se puede sacar un 7 con un dado. Entenderán que lo imposible es una certeza.

Y habrán aprendido algo de probabilidad pero su vida seguirá siendo igual de miserable. Los más astutos tal vez pinten un puntito adicional en el 6 y se lo muestren a las autoridades responsables del bienestar social. Y, con certeza, recibirán un respuesta de este tipo:

Estimado niño(a), Ud. ha hecho trampa. Debería saber que los puntos negros en los dados se pintan sobre pequeñas depresiones que existen en cada una de las caras de este adminiculo. Observe Ud. que la cara del dado en donde ahora figuran 7 puntos hay apenas 6 depresiones, prueba clara del fraude cometido. A partir de hoy, se le quita su dado y dejará de tener la oportunidad de mejorar su vida”.

Entretanto, los seres humanos de buena voluntad nos reunimos y hablamos del tema. Algunos proponen bajar la edad de imputabilidad penal para garantizar una seguridad cada vez más en jaque. Otros niegan esta barbaridad y dicen que todo es una cuestión de educación. El resto concordará, las caras graves, circunspectas, con la certeza de saber que se piensa lo correcto. Tácitamente todos estaremos felicitándonos por nuestro progresismo intelectual. No hay nada más tranquilizador que saberse justo.

Sólo que hay un gran pero en toda esta idea. Pensar que cualquier partido político, del signo que sea, apueste por un proceso educativo que si es cumplido al pie de la letra llevará años e incluso décadas, es pedirle a ese partido y a su candidato que saque un 7 cuando arroje el dado.

Llegado ese punto, todos en la reunión suspiraremos desalentados. No hay nada que se pueda hacer, no tenemos candidatos que interpreten nuestros ideales. Sin embargo todos estaremos satisfechos con nosotros mismos: sabemos lo que hay que hacer. La culpa es de los políticos.

Y de esta forma, alegremente y una vez más, nosotros, los esclarecidos, no habremos hecho una mierda. Como casi siempre.

Yo pienso que el problema tiene una solución. En un punto desconfío, porque nunca hay soluciones simples para problemas complejos. Aún así creo que si lo que nos afecta es la violencia urbana, de gente joven que roba, mata y muere, la clase media debería asumirse como un actor clave en la sociedad y tomar cartas en el asunto. O mejor dicho, dados. Dados que incluyan al número 7.

Y no veo otra alternativa que aquellos que integramos esta clase social comencemos a adoptar chicos y chicas que tienen los dados que llegan hasta el 6.

Hacerse cargo. Generar un compromiso de décadas, algo que ningún sistema político actualmente en vigencia puede ofrecer ni garantizar. Sólo hay que dar el primer paso. No es difícil, basta ir a la dependencia adecuada y anotarse en la fila de adopción.

Y esperar. Y esperar. Y esperar.

Hasta que un día llega un chico o una chica. Y ese será el mejor día de todos.

Esto también es una certeza.


domingo, 14 de junio de 2015

"Toda la vida tiene musica, hoy"

La música como acto cotidiano y, por lo tanto, vital. Escuchamos música en el colectivo, manejando, cocinando, antes de dormir, al despertar. No podríamos estar sin música. Nuestras células ciliadas del oído interno esperan ansiosas ondas vibratorias para centellear felices, eléctricas.

No solo las fotos registran nuestras vidas. No podemos sacarnos selfies con la música pero ella marca momentos que quedan en la memoria. Las series que miramos tienen música (“Woke up this morning”). Recordamos la primera música que escucharon nuestros hijos (hermosa “Infinito Particular”). Tenemos las músicas que ahora ellos eligen (One Republic, Taylor Swift, Ellie Goulding) y que suenan mientras vamos al colegio.

Está también la música que nosotros le hacemos escuchar. Música de nuestra adolescencia, cuando la música era también un refugio durante los años oscuros de la dictadura, belleza invisible brillando en la miseria.

Y, no podía ser de otra forma, el nombre de nuestra hija es música, argentina y brasileña. Porque, como con la música, no imaginamos, no recordamos como era nuestra vida antes de ella estar.

Y porque nos da las pocas certezas que tenemos en la vida: que siempre estaremos escuchando música y que siempre seremos padres.


Son tantos sus sueños que ves el cielo mientras te veo bailar”*

* Luis Alberto Spinetta (1950-2012). Poeta y músico argentino.


miércoles, 6 de mayo de 2015

Astronomía de alumnos y profesores

En muchos países hay programas de post-grado. Los alumnos desarrollan tesis o disertaciones bajo la mirada atenta o no de sus supervisores orientadores.

Hay alumnos esforzados y otros que no, de estos últimos no hablaremos.

Dentro de los esforzados los hay muy creativos y los poco creativos.

Los poco creativos hacen todo lo que su supervisor les dice. Su esfuerzo es sincero y genuino: llegan temprano a la Universidad, leen artículos, hacen los experimentos y se preocupan de hacerlos bien. Pero no todo es perfecto, ellos dependen de las ideas de su orientador. Llamaremos a estos seres Alumnos Luna: brillan más o menos de acuerdo al Sol que los ilumine. Pero su destino será siempre rotatorio y reflectivo.

Existen también los Alumnos Sol: su brillo es propio, así como sus preguntas. Se les iluminan los ojos cuando tienen nuevas ideas. Se enojan y vuelven a su sala enfurruñados cuando los resultados no son los que esperan. Al rato vuelven con soluciones para discutirlas con su orientador.

Los Alumnos Sol sienten la llegada de lo intangible y saben que es un pozo de posibles descubrimientos. En esos momentos sus sinapsis chispean con mayor fulgor. Y saben también que la inmensa emoción concentrada de esos instantes pagará muchos días de penurias e incertezas.

Los Alumnos Sol entibian el alma de los profesores, sobre todo de los más viejos. Les hacen recuperar manojos de ilusiones perdidas tras años de batallas burocráticas, luchas de egos y angustias por publicar y aprobar proyectos. Ellos les recuerdan a los profesores que no hay mayor placer y mayor felicidad que cuando nace una idea original.

En muchos casos, el brillo de los Alumnos Sol es tan fuerte que iluminan a Profesores Luna, los hacen resplandecer tanto que muchos en la Universidad pasan a creer que estos individuos son Profesores Sol. Pero un Profesor Sol volverá a ser Profesor Luna a menos que consiga una beca de post-doctorado para el Alumno Sol.

Precisamos de los Alumnos Sol: sin ellos no hay fotosíntesis.

Y si no hay fotosíntesis, no hay vida.


miércoles, 29 de abril de 2015

Reflejos estelares de los que ya no están

La otra noche había culminado con éxito un asado hecho con leña. Como todos me habían dicho, es mucho más rico que al carbón. Los chorizos salieron bien y los espetinhos de corazón estaban en el punto justo. Además había conseguido encender el fuego y tener brasas sin los problemas de la primera vez. Estaba satisfecho de mi desempeño parrillero.

Cuando se fueron nuestros amigos, mi hija pidió que me acostara con ella en medio del patio a ver las estrellas.

Es sabido por todos, pero vale la pena repetirlo: nuestros hijos siempre nos llevan de la mano a dialogar con nuestra propria infancia. Al lado de ella me vino al instante el recuerdo de una noche con mi abuelo, sobre la cabina de su velero anclado en un riacho del delta de Buenos Aires.

La noche era clara y tranquila. Mi abuelo me contaba que la luz de las estrellas que veíamos habían viajado largos años para finalmente impactar en nuestras retinas. Recordaba una placidez perfecta, idéntica a la que ahora sentía con mi hija.

Le he contado muchas cosas de mi abuelo, sabe que tenía un Fiat azul, su color preferido. Creo que no le conté que en ese Fiat había pegada en la guantera una estampa de no se que santo de mirada desvalida. Mi abuela era religiosa y quería una protección extra para mi abuelo, sobre todo en una época en la que los coches no tenían airbags ni frenos ABS.

Mi hija ha estado reflexionando bastante sobre la muerte los últimos tiempos. Motivos no le faltan: en el 2014 murieron dos perras, una de las cuales ella pidió que la enterráramos en nuestro jardín. Y murió mi tío, una muerte que creo que nadie de mi familia ha terminado de digerir.

Mirando el cielo mi hija me dijo: “una estrella es el abuelo, la otra es tu tío y las otras dos son nuestras perras”. La noche, repentinamente, fue cubierta de reflexiones. Pensé que la cosmogonía de mi hija era inclusiva: perros y humanos brillaban juntos, al unísono. También pensé que tanto a mi suegro como a mi tío les gustaban los perros, así que imaginé que debían estar disfrutando del resplandor canino. Me dijo que extrañaba a los cuatro. Le respondí lo que casi todos responden: que los seres queridos pasan a vivir en nuestros recuerdos cuando mueren. Y mi hija, una vez más, me sorprendió con otra conclusión: “entonces cuando los que los recuerdan mueran ellos también mueren”.

Y creo que tiene razón y explica (me explica) la importancia de las tradiciones orales, las historias que continuamos a contar, la necesidad vital, el hilo que no debe cortarse cueste lo que cueste. Mi abuelo del Fiat azul. Mi suegro arrastrado por nuestro primer pastor alemán una vez que lo había sacado a pasear. La perra que adoptamos porque pasó por debajo del portón de nuestra casa. El teléfono que sonó un lunes de junio de 2006 avisando que había una niña en camino. El padre de la niña rezando arrodillado con un rosario durante la definición por penales de Argentina-Holanda en el mundial de Brasil, una escena patética que sólo el fútbol justifica.

Hay historias que mi hija vive y hay otras que vivimos nosotros, sus padres, su família, sus amigos. Y todas, de una forma u otra, hacen que todos sigamos viviendo.

Parece entonces que las estrellas seguirán brillando mientras haya recuerdos que las mantengan firmes en su eterno resplandor.