La música como acto cotidiano y, por
lo tanto, vital. Escuchamos música en el colectivo, manejando,
cocinando, antes de dormir, al despertar. No podríamos estar sin
música. Nuestras células ciliadas del oído interno esperan
ansiosas ondas vibratorias para centellear felices, eléctricas.
No solo las fotos registran nuestras
vidas. No podemos sacarnos selfies con la música pero ella marca
momentos que quedan en la memoria. Las series que miramos tienen
música (“Woke up this morning”). Recordamos la primera música
que escucharon nuestros hijos (hermosa “Infinito Particular”).
Tenemos las músicas que ahora ellos eligen (One Republic,
Taylor Swift, Ellie Goulding) y que suenan
mientras vamos al colegio.
Está también la música que nosotros le
hacemos escuchar. Música de nuestra adolescencia, cuando la
música era también un refugio durante los años oscuros de la dictadura,
belleza invisible brillando en la miseria.
Y, no podía ser de otra forma, el
nombre de nuestra hija es música, argentina y brasileña. Porque,
como con la música, no imaginamos, no recordamos como era nuestra
vida antes de ella estar.
Y porque nos da las pocas certezas que
tenemos en la vida: que siempre estaremos escuchando música y que
siempre seremos padres.
“Son tantos sus sueños que ves
el cielo mientras te veo bailar”*
*
Luis Alberto Spinetta (1950-2012). Poeta y músico argentino.