sábado, 19 de junio de 2010

Mi hija es Mundial


Estamos en época de Mundial y todos nos tratan de convencer de que mejor que el heroísmo cotidiano está la epifanía del gol. Hace ya tiempo, desde que vivo con mi hija, la importancia de este y otros campeonatos se ha puesto en perspectiva: no es vital ni cambia el rumbo de nuestra vida, al menos de la mía.

En el 2006 ser argentino y vivir en Brasil luego de nuestra eliminación a manos de Alemania significaba recibir bromas y sarcasmos surtidos. En aquella época nada de eso me afectó. Mi hija había llegado y nada era más importante que eso. Inútiles fueron los comentarios de mis alumnos cuando llegué a dar clase en medio de la definición por penales que nos dejaría una vez más fuera del Mundial.


Los resultadoa de los partidos solían afectar mi humor y tomando en cuenta que quien les habla es hincha de Racing queda claro que los malos humores predominaban. No fue así en aquel Mundial. Mi sonrisa era inamovible y me convertí en un personaje blindado a todo tipo de bromas que me hicieron (que no duraron mucho porque recordemos que luego Brasil fue doblegado por la batuta del maestro Zinedine Zidane).

Ahora, durante este nuevo Mundial, mi hija cumplió cuatro años, una cifra que para ella la instala definitivamente en la adultez. El día de su cumpleaños se levantó a las 6:45 h, ansiosa por ver los regalos. Ver su cara de alegría al abrir cada paquetito me llevó a pensar que gol podría darme un placer equivalente. Y salvo el gol obvio, el que todos conocemos, no creo que haya ninguno más.

La cuestión, creo yo, es que el futbol es un deporte hermoso pero que está culturalmente sobredimensionado. Nos gusta pensar que representa un microcosmos simplficado en el que podemos reflexionar sobre nuestra realidad. Tiene además la ventaja de darnos emociones muy concentrada, en donde un gol en el último minuto se impone sobre lo cotidiano. Eso que se construye día a día, con sonrisas de cumpleaños, lágrimas de rabia, búsqueda de medias perdidas, historias de pescaditos parlantes, y de cada uno de los infinitos detalles que mi hija me ofrece.

Definitivamente la alegría Mundial es etérea, aparece y desaparece rápido. Una brisa que sopla a cada cuatro años. Justo, justo el número que tenía la vela que mi hija sopló, justo un lunes.